Me llamo Reyes por mi abuela sevillana, pero nací en el corazón de Castilla: Valladolid, donde dicen, se habla el mejor castellano y se practica el más puro laísmo. Guardo grandes recuerdos (y amigos) de esa ciudad. Allí estudié, trabajé, y me casé, con notable éxito, por cierto: llevamos 34 años juntos y tenemos 9 hijos (también juntos).

He vivido en Navarra, en un pueblecito en pleno Camino de Santiago, con gorriones por despertador. He pasado temporadas en Berkeley, California, y en Londres, en ambas ciudades, rodeada de ardillas, y ahora, que tengo mi almohada en Madrid, me he reencontrado con los pardales.

Estudié Economía porque me lo aconsejaron y Filosofía porque quise. Devoro los tratados de Derecho y Política para situarme en el mundo y escribir con algo (un poco, al menos) de fundamento. Y cuando se tercia, que es a menudo, estudio criminalista y ciencias del comportamiento, a ver si hay suerte y me aclaro si es cierto que soy tan friki y alternativa como mis personajes.

Aunque soy de secano, adoro el mar, especialmente las costas gallegas y San Sebastián. Me atrae su inmensidad de tal manera, que me baño en cualquier época del año: ¡espero no acabar como Alfonsina! Por lo demás, me encantan las tertulias y la siesta de los domingos, cocinar para mi gente, cantar si alguien rasga una guitarra, viajar con la familia, el cine, leer sin mirar el reloj, rejuvenecer aprendiendo de mis estudiantes, y, naturalmente, escribir.

De niña, siempre tenía la cabeza llena de historias fantásticas, pero me suspendían los trabajos manuales y mi ortografía dejaba mucho que desear. De mayor, enseñaba Matemáticas o Economía, ciencias poco amigas del arte. Con estos antecedentes, me aseguraron que la literatura y yo seguiríamos, como MacHor e Iturri, caminos paralelos. En 2000, decidí que aplicaría la sabia máxima de escuchar a todos y hacer lo que me diera la gana, y contra viento y marea, entregué a imprenta mi primera novela. Acabo de publicar la novena, tengo dos terminadas en lista de espera y algunas traducidas a otros idiomas. Espero tener tiempo suficiente para vaciar mi cabeza antes de morir.

No me importa cómo escribo sino para quién escribo. Por eso, repaso mil y una veces lo escrito, me pateo personalmente todos los escenarios, y me rodeo de benditos y generosísimos amigos: jueces, forenses, guardias civiles, policías, fiscales o médicos, que pulen las distintas aristas de mis ideas y suplen mis torpezas. Por eso me llena de alegría que quien me lee me escriba y me cuente sus impresiones, que mis obras pasen de mano en mano o que visites este sitio web.

Lola MacHor, el padre Chocarro, Iturri y Jaime o el doctor Wilson no pagan impuestos ni tienen DNI, pero son tan parte de mi vida como mis alumnos o mis colegas consejeros. Espero que lo sean también de la tuya y “con-sintamos” juntos.

Gracias por leer!!!