Los cuadros de Lola MacHor

Los cuadros de Lola MacHor

Vivo rodeada de mentiras de colores. Me cercan como anuncios en celo. Los reos mienten marrón; los abogados, naranja; los colegas, verde. Los políticos mienten en azul y rojo, como los espejos y como la televisión. Mi marido me miente en dulce rosa palo y yo embauco a la báscula en rojo sangre. Mienten los malos negros y mucho más los que alardean de dorados buenos. Los ricos engañan al pobre en morado. Los pobres en morado a los más pobres. Y morado nos engaña a todos. Por eso pinto. Porque estoy dispuesta a creer que los abogados no mienten, que los asesinos lloran por sus víctimas y que la pureza y simplicidad algún día llenarán de violeta el mundo. Estoy dispuesta a confiar en mis colegas, a sonreír a las corbatas, a abrir ventanas y cajones. Pero, como voy a seguir mintiéndole a mi dietista y dejando de respirar al subirme a la báscula, pinto. Pinto, colores nunca formas, que me recuerdan a las personas. Pinto colores, que son luz y esperanza, en su pura sinceridad. En su ingenuidad tecnicolor, no esconden nada pero lo prometen todo. Y todo lo conservan. Su rojo no deviene oscuro con el tiempo, como le ocurre a la sangre, mucho más negra que roja. El amarillo siempre ilumina el espacio, una luz fresca, joven, que no se apergamina como la piel tras el impacto con la llama y los gases de la pólvora. Los colores son verdad. Y la verdad es contagiosa. Por eso pinto, para contagiarte mis ganas de pintar la mentira a todo color. Cuando pinto, siempre grande como mi ánimo, dos metros por uno y pico, miro una y otra y otra vez el lienzo y me doy cuenta de que no envejece, ni se gasta. Pinto cuadros de dos por uno, como las madres, como los verdadosos, que te dan dos y sólo te piden uno o ninguno. Y trato de contagiar esa frescura a quien lo mira. Sí, eso es el arte: el contagio en unas páginas, o en un cuadro, o en un son amarillo.

La maldad, que no le va a la zaga, y siempre ha sido envidiosa también trata de pegar su maldad allá donde vaya. Los asesinos fustigan la verdad hasta obligarla a decir que ellos son los más listos, los mejores. Quieren compartir sus logros, hacen fotos a sus maldades; exhiben sus trofeos, se ríen de los inocentes. Pero la maldad no pinta, sólo tatúa. Tatuajes feos y viejos, apagados. La muerte es negra pero quiere pintarse en tecnicolor. Lo sé desde que levanté mi segundo cadáver. Le habían descerrajado dos tiros a corta distancia. Y con la muerte, le habían regalado un cuadro. Pequeño, mísero, redondo. La llama y los gases calientes que salieron de la boca del arma le apergaminaron la piel, pintándola de un tono pardusco, amarillento. Los granos pólvora que se habían posado sobre el cadáver, le habían producido unas lesiones puntiformes, pardas y rojizas al mismo tiempo. El ahumamiento bordeaba el orificio y teñía todo de un falso tatuaje negro. “Cuando lo lave, Lola, desaparecerá el negro y sólo quedará un pequeño resto indeleble, pero sin color”, me explicó el forense. Naturalmente. La maldad no es de dos por uno. Mentirosa, te roba hasta el lienzo. Y siempre pinta formas. De personas, de poder. Pero negro humo, apergaminado. Un puro cucurucho negro.

Te desafío a ti lobo disfrazado de cordero con la luz de mis amarillos inverosímiles, y la fuerza de mis ocres renegados. Te desafío con la rabia de mi rojo, y el azul de mi misterio entre cansado y bravo, entre almohada y vela, a que reconozcas que tu negro nunca podrás matar mi dos por uno, ni la tela de mi lienzo. Te desafío. Porque mis páginas y mis lienzos restañarán las heridas de todo corazón al que mantienes encamado. Te desafío. Prepárate porque soy pelirroja y de Bilbao.

Firmado: Lola MacHor